EL CIRCO EN MÉXICO
Deja una respuesta
Osiris Arista / Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Revista BiCentenario #8
En el siglo XIX
Es preciso confesar que el espectáculo […] ofrece todo lo que hay de más prodigioso en la fuerza, en la destreza, en la paciencia y en la habilidad del hombre. Animales que casi hablan, hombres que casi vuelan, mujeres que… Pero dejémoslo; es necesario verlo para tener alguna idea de lo que son aquellas cosas que parecen sueños fantásticos.
Esto lo afirmó un periodista de La Razón de México a fines de 1864. ¿El motivo? El éxito de las funciones ofrecidas por uno de los primeros circos que visitaron México.
Nuestro país ha gozado, desde el siglo XVI, de gran variedad de distracciones para llenar los ratos de ocio de sus habitantes. Ir al circo tuvo gran popularidad. ¿Cómo comenzó este extraordinario espectáculo y cómo ha seguido hasta la fecha?
Sabemos que los primeros actos circenses llegaron de España y no fue sino siglos después cuando se dejó sentir la influencia europea y de Estados Unidos. La maroma, expresión artística formada por artistas errantes que exhibían sus habilidades en patios de vecindad, pero también en plazas públicas y de toros, incluía en una función a un funámbulo (alambrista), un malabarista, contorsionista o saltador (acróbata), un animal exótico, un gracioso (payaso) y suertes. Era, por así decirlo, el “circo del pobre”. Perduró hasta el siglo XIX, coexistiendo con el circo moderno, que llegó a nuestro país en 1808, con el Real Circo de Equitación del inglés Philip Lailson: los ejercicios acrobáticos sobre caballos dentro de un redondel de madera se pueden ver hasta hoy.
Realizada la independencia y rotas las limitaciones novohispanas, una gran cantidad de artistas de diversas nacionalidades llegaron a México, entre otros muchos que hacían gala de habilidades circenses: contorsionistas, acróbatas, prestidigitadores, hombres fuertes y quienes actuaban con animales o hacían ascensiones aerostáticas. Vinieron otras compañías ecuestres, como la de Charles Green de Estados Unidos en 1831, el primero que montó una pantomima dentro del espectáculo en México. Circos de la misma nacionalidad trajeron las primeras carpas, que en esa época se llamaron “gigantescas tiendas de campaña”.
El primer circo mexicano nació en 1841; fue el Circo Olímpico de José Soledad Aycardo, cuyo entusiasmo alegró el ocio de muchos por más de 25 años. Sin embargo, el gusto mexicano por este espectáculo fue realmente impulsado por el arribo de circos y artistas extranjeros que aportaron el oficio y las novedades que guiarían a las empresas nacionales.
El circo inició una etapa de evolución importante desde 1864, con el circo del italiano Giuseppe Chiarini, quien introdujo novedades artísticas de Europa y Estados Unidos, fue el primero en tener un circo-teatro fijo alumbrado con gas, incluyó montajes que causaron revuelo, como el baile del can can, así como otros adelantos que lo tornaron un favorito de la sociedad.
Tiempo después, en 1881, llegó para quedarse el espectáculo de los hermanos Orrin, estadounidenses de fama internacional. Ellos fueron los segundos en construir un circo-teatro fijo y los primeros en usar alumbrado eléctrico. Iniciaron los actos en barras y rescataron las pantomimas, aunque con escenografías de gran lujo. Trataban de estar al día y no dudaron en recurrir el cinematógrafo cuando llegó a México. Solían realizar funciones de beneficio, lo que les dio renombre. El muy querido payaso Ricardo Bell surgió a la fama en esta compañía.
La pax porfiriana favorecería, pues, el desarrollo de la actividad circense. En este lapso surgieron familias circenses dedicadas al espectáculo hasta el día de hoy. Además llegaron muchos circos de Estados Unidos, con un concepto nuevo del espectáculo, pues exhibían animales salvajes, organizaban desfiles de hermosos carromatos y tenían órganos con silbato de vapor. No permanecieron en la capital, sino que las nuevas líneas de ferrocarril y el desarrollo de la navegación a vapor permitieron a sus artistas y haberes recorrer diversas poblaciones con facilidad.
En el siglo XX
El inicio de la revolución mexicana suspendió el arribo de circos extranjeros, lo cual ayudó a las empresas nacionales a crecer en grande, hasta al amparo de las balas rebeldes, como sucedió con la Beas Modelo, la “más grande todos los tiempos”, apoyada por Francisco Villa. Este circo empleó el modelo estadounidense de tres pistas, las carpas de exhibición y los juegos mecánicos (como la montaña rusa) y dispuso de un zoológico surtido y cuantioso. En él trabajaron varias familias, algunas reconocidas en el medio, otras que, con el tiempo, se convirtieron en empresarias.
Tenemos entonces que, en el curso del siglo XX, siguieron las familias porfirianas en el circo, de modo que ya tienen varias generaciones en él así como artistas de fama internacional.
Se pueden mencionar, entre ellas, a los Atayde, quienes emplearon las primeras carpas de lona con mástiles, dando forma de cúpula a la parte superior, el ballet aéreo y los desplazamientos con toda la compañía; y a los Suárez, cuyas pantomimas se representaron como sketches cómicos de larga duración y que hoy ofrecen el único acto de osos polares en el mundo. Otros posteriores, pero ya con tradición larga, es el de los Vázquez, que más tarde recrearon temas de cine en sus funciones, o el de los Fuentes Gasca, ahora dueños de todo un emporio circense.
Las producciones han seguido, por lo general, y aún siguen, la tradición europea, aun cuando han aceptado las nuevas tecnologías. Fue el caso, en la década de 1970, de las carpas de polivinílico antiinflamable con alma de acero, las tribunas y el moderno alumbrado exterior. Asimismo, cada familia ha aportado algo propio al arte del circo nacional, al punto de convertirlo en el predilecto de buena parte de América Latina.